Camposantos conocemos muchos, lo que quizá pase más desapercibido sea la existencia de las necrópolis de animales. Y es que, cuando nuestro amigo más leal se echa a dormir su última siesta, es justo que queramos procurarle un rincón bien hermoso a ese sueño eterno. En España, uno de estos lugares lo encontramos en la finca Valparaíso de Sevilla. Situada en la cornisa del Aljarafe, en el lugar conocido como la vaguada de Valparaíso, cerca del cortijo de Simón Verde, esta antigua Casa-Palacio aún conserva el señorío que le brinda su rico barroco sevillano, así como su considerable altura, los escudos mobiliarios que adornan sus puertas y la mina de agua cayendo desde la gruta. Son de cuento sus jardines con saltadores, un estanque con peces de colores y una múltiple variedad de flores. Todo ello a pesar de sus años y de que su cuidado se ha visto mermado desde que falleció su último propietario.
Esta hacienda es una ventana hacia el Guadalquivir, Tablada y Sevilla. En ella se encuentra la única fuente que abastece los usos del vecindario y una capilla con una efigie de Cristo crucificado muy venerada en los pueblos de su alrededor. Cuenta con dos títulos nobiliarios, Conde de Peñaflor y Marqués de la Montana, pues el Conde venía a la finca a pasar las calores fuertes del verano.
Lo que no se conoce bien es el origen de su nombre. El estudioso Pineda Novo ofreció dos posibles interpretaciones. O bien la Hacienda la edificó un indiano rico que hizo su fortuna en Valparaíso (Chile), o bien es la ciudad chilena la que recibió este nombre por una familia de conquistadores que vivía en San Juan de Aznalfarache.
Pero aún hay guardada más historia entre sus paredes. “En esta apartada orilla”, es donde Zorrilla imaginó la romántica escena del sofá entre doña Inés y don Juan Tenorio.
Subiendo el cerro por veredas flanqueadas de árboles y atravesando rotondas y rincones igualmente románticos, a la derecha de la vivienda, hallamos otro de los grandes hitos de Valparaíso, el cementerio para perros. Presidido por una efigie de un can esculpida sobre un pedestal en el cual podemos leer la siguiente meditación: “Felices los que aquí estamos/en torno a este pedestal que, viviendo bien o mal,/ al morir aquí quedamos./ Más los hombres, nuestros amos,/ con incierto porvenir/ en su segundo existir,/ viven con la muerte atenta…/ pues les ´ajustan las cuentas´/ al momento de morir”. A su alrededor se perfilan un conjunto de lápidas de perros a los que el cariño y también poder de sus amos les llevó a darle sepultura en este hermoso paraje. La tumba más antigua data de 1914 mientras que las más recientes y modestas contienen los restos de los perros de la familia que está cuidando la finca en estos últimos años.
Muchas de estas personas han rendido homenaje a sus mascotas a través de los más diversos epitafios. Los hay desde los que solo ponen el nombre del animal, a otros que incluyen dedicatoria, como en el caso de Gitana, en cuya tumba reza la leyenda: “Mató 200 liebres el año 1924. En la Copa de La Ina quedó de los tres últimos»; «Tromba. En la Copa de La Ina, en 1917, quedó en tercer lugar. Medalla de oro en la Exposición Internacional Canina de Madrid. 1918». O recordando sus virtudes: «Brandy. Fue todo un caballero»; «Coquita. Gracias por tu bondad, inteligencia, fidelidad y cariño». Algunos han querido inmortalizar el parentesco del difunto can («Ada, hija de Bólido y hermana de Regata»); O señalando a su verdugo “Nancy. Fue muerta por un Packard»), subrayando, con nombres y apellidos, que su perro fue una víctima más de la carretera.
Otro camposanto animal lo encontramos en Francia. Un cementerio de animales domésticos situado en Asnière- sur- Seine, en París. Esta necrópolis levantada sobre una arbolada isla del Sena compite con el famoso camposanto de Montmartre. Abrió sus puertas a finales de verano de 1899 y fue declarado monumento histórico en 1987. En él descansan más de 40.000 mascotas, entre las que se encuentra el recordadísimo Rin Tin Tin. Con el tiempo ha adquirido una gran fama, bien por estar allí enterradas mascotas célebres, o bien por ser sus amos celebridades.
Apuesto a que no es necesario ahondar demasiado en los archivos de nuestra memoria para que acuda a nosotros el recuerdo de alguna hazaña protagonizada por un animal. Múltiples son las ocasiones en las que uno de estos seres “no humanos” han arriesgado su vida por poner a salvo la vida de otro semejante o la del propio hombre, dando muestras con ello de su lealtad incondicional y de una gratitud infinitas. Por eso mismo, si es verdad que existe el alma, ellos seguro que también tienen una. Por consiguiente, bien que merecen que, en su último adiós se les rinda homenaje a través de tan emotivas sepulturas.
Esta hacienda es una ventana hacia el Guadalquivir, Tablada y Sevilla. En ella se encuentra la única fuente que abastece los usos del vecindario y una capilla con una efigie de Cristo crucificado muy venerada en los pueblos de su alrededor. Cuenta con dos títulos nobiliarios, Conde de Peñaflor y Marqués de la Montana, pues el Conde venía a la finca a pasar las calores fuertes del verano.
Lo que no se conoce bien es el origen de su nombre. El estudioso Pineda Novo ofreció dos posibles interpretaciones. O bien la Hacienda la edificó un indiano rico que hizo su fortuna en Valparaíso (Chile), o bien es la ciudad chilena la que recibió este nombre por una familia de conquistadores que vivía en San Juan de Aznalfarache.
Pero aún hay guardada más historia entre sus paredes. “En esta apartada orilla”, es donde Zorrilla imaginó la romántica escena del sofá entre doña Inés y don Juan Tenorio.
Subiendo el cerro por veredas flanqueadas de árboles y atravesando rotondas y rincones igualmente románticos, a la derecha de la vivienda, hallamos otro de los grandes hitos de Valparaíso, el cementerio para perros. Presidido por una efigie de un can esculpida sobre un pedestal en el cual podemos leer la siguiente meditación: “Felices los que aquí estamos/en torno a este pedestal que, viviendo bien o mal,/ al morir aquí quedamos./ Más los hombres, nuestros amos,/ con incierto porvenir/ en su segundo existir,/ viven con la muerte atenta…/ pues les ´ajustan las cuentas´/ al momento de morir”. A su alrededor se perfilan un conjunto de lápidas de perros a los que el cariño y también poder de sus amos les llevó a darle sepultura en este hermoso paraje. La tumba más antigua data de 1914 mientras que las más recientes y modestas contienen los restos de los perros de la familia que está cuidando la finca en estos últimos años.
Muchas de estas personas han rendido homenaje a sus mascotas a través de los más diversos epitafios. Los hay desde los que solo ponen el nombre del animal, a otros que incluyen dedicatoria, como en el caso de Gitana, en cuya tumba reza la leyenda: “Mató 200 liebres el año 1924. En la Copa de La Ina quedó de los tres últimos»; «Tromba. En la Copa de La Ina, en 1917, quedó en tercer lugar. Medalla de oro en la Exposición Internacional Canina de Madrid. 1918». O recordando sus virtudes: «Brandy. Fue todo un caballero»; «Coquita. Gracias por tu bondad, inteligencia, fidelidad y cariño». Algunos han querido inmortalizar el parentesco del difunto can («Ada, hija de Bólido y hermana de Regata»); O señalando a su verdugo “Nancy. Fue muerta por un Packard»), subrayando, con nombres y apellidos, que su perro fue una víctima más de la carretera.
Otro camposanto animal lo encontramos en Francia. Un cementerio de animales domésticos situado en Asnière- sur- Seine, en París. Esta necrópolis levantada sobre una arbolada isla del Sena compite con el famoso camposanto de Montmartre. Abrió sus puertas a finales de verano de 1899 y fue declarado monumento histórico en 1987. En él descansan más de 40.000 mascotas, entre las que se encuentra el recordadísimo Rin Tin Tin. Con el tiempo ha adquirido una gran fama, bien por estar allí enterradas mascotas célebres, o bien por ser sus amos celebridades.
Apuesto a que no es necesario ahondar demasiado en los archivos de nuestra memoria para que acuda a nosotros el recuerdo de alguna hazaña protagonizada por un animal. Múltiples son las ocasiones en las que uno de estos seres “no humanos” han arriesgado su vida por poner a salvo la vida de otro semejante o la del propio hombre, dando muestras con ello de su lealtad incondicional y de una gratitud infinitas. Por eso mismo, si es verdad que existe el alma, ellos seguro que también tienen una. Por consiguiente, bien que merecen que, en su último adiós se les rinda homenaje a través de tan emotivas sepulturas.
Fuentes: www.redmensual.com
http://www.taringa.net/posts/imagenes/2118497/cementerio-de-animales-dom%C3%A9sticos-en-Asni%C3%A8res-sur-Seine,.html
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